12 oct 2011

Acerca de: VOLVER Y RECAER

"Sentir nostalgia no está mal, el problema real comienza cuando no aguantamos las ganas de revivir las cosas y caemos en la estúpida ansiedad de Volver a ser

Estaba sentado en el transmilenio; no precisamente de la manera adecuada sobre el color rojo de las sillas, sino inundado bajo las rodillas de mucha gente, rodeado por un acordeón de poliestireno tan grisáceo como los pantalones y las ideas de mis acompañantes; cuando me llegó a los ojos aquel misterioso término Volver. Se me vino tan intempestivamente a la conciencia que, sí uno ya es bastante anónimo en un transporte masivo, convertirme en autista público fue más rápido de lo esperado. Aquella tarde estaba compuesta de una mezcla extraña: Una canción de Jhonny Cash en mis oídos, un libro de Cees Nooteboom entre mis piernas y una columna de Luís Ospina en El Malpensante... todo revuelto en un cocktail antibiótico de betún y zapatos roedores, frío nocturno colándose por un roto del fuelle y un olor peculiar a chicle de canela que mascaba con fervor la mujer de en frente (ummm por fin descubrí de dónde sacaron la imagen de la Alpaca de Adams). Fuera de esa mixtura cinematográfica, no puedo decir que aquella sensación me haya atacado literalmente, fue más bien una conversación horas atrás, el ambiente de ruido motorizado y una idea lasciva de sentar cabeza y por consiguiente situar el culo en su lugar, lo que me dejó susceptible ante tan tenebrosa palabra; es más, ni siquiera Ospina dijo volver, su expresión fue "recién llegué de París", pero eso bastó para sentirme transgredido y con ello alentar mis dedos a escribir.

Mientras el director de cine hablaba de su experiencia, inmediatamente me pregunté "y cuando yo volví de Buenos Aires, de Montevideo, de Lima... De todos aquellos lugares a donde me encanta huir ¿Que sucedió?" y la verdad, terminé con una respuesta muy similar a la del cineasta, vi una película, miré algunas fotos viajeras, me bañé en la ducha de siempre, desayuné la sagrada arepa de mi casa, y en últimas reacomodé el mismo anhelado "huequito" de la almohada. Increíblemente no sucedió mucho... Claro, en cada uno de esas ocasiones arribaba un hombre diferente, sin embargo, terminaba metido en el mismo recipiente de antes, un poco más desbordado de lo normal. Esto sucede por una simple razón, Volver es una palabra melancólica, donde al ayer se le olvida que ya sucedió, e intenta recordarse a sí mismo en un presente muy confuso por su continuidad. Volver implica cierta debilidad por el pasado, considerándolo algo mucho mejor que el presente; como sí la catástrofe del Palacio fuese mejor que la matanza en El Salado, o si Escobar fuese mejor que Cano, o si los asesinatos políticos del Frente Nacional fueran mejores que las muertes de Galán, Pardo, Antequera, Jaramillo, Gómez Hurtado y Garzón... y… si éste desacreditado imaginario sobre un tiempo más "agradable" sucede a nivel nacional, imagínense cuan tendencioso puede ser nuestra creencia individual. Los recuerdos de una tierra añorada, mientras años atrás salíamos huyendo de ella, las irremediables ganas de reciclar los amores juveniles mientras surge ESA canción, ESE lugar, ESE día... En fin, sucesos muy reveladores sobre nuestra curiosa necesidad de ser quiénes fuimos y no quienes somos. Sin embargo, sentir nostalgia no está mal, el problema real comienza cuando no aguantamos las ganas de revivir las cosas y caemos en la estúpida ansiedad de Volver a ser.

Aquel recorrido sobre ruedas estaba poblado de intentos por regresar; un señor calvo con un atrevido estiramiento del poco cabello sobreviviente a su erosión capilar; una señora con sus buenos años asentados en el vientre, ostentando una ombliguera que infortunadamente no era tan larga como su autoestima; un niño ya bastante grande y caprichoso pidiendo asiento sobre las piernas de su madre, y una hoja de periódico contando la misma historia, la de Antanas acomodando su bien conocido derrière sobre la candidatura de Gynna ¿Si ven a lo que me refiero? Cuando uno decide Volver no solo corre el riesgo de quedarse, también se arriesga a perder la poca dignidad adquirida, sin siquiera garantizar un posible retorno para mejorar.

Cuando un infiel decide volver con su pareja siempre repite el patrón: Un último polvo, una sesión de arrepentimiento, algunos tragos liberadores, un acercamiento con el rabo entre las piernas, un llanto de Magdalena recién beatificada y una flagelación de mártir recién castrado, todo para acabar con un perdón contaminado por el amargo sabor de “mucho malparido". Hasta ahí la cosa marcha bien, pero como el tiempo sigue avanzando (ya sea lineal, cíclico, helicoidal, paralelo o simplemente redundante), aparece el cuestionamiento decisivo, ¿y Después?... porque al pretender tan anhelado Volver no implica haber encontrado el quiebre a las leyes de la física cuántica, y toda acción tendrá sus consecuencias. Ese perdón con la ilusa promesa de Volver a empezar, se convierte en algo más o menos parecido al "¿Volver a empezar? ¡Jajaja como noooooo! Que dijo, ¿Navidad? Espere tranquilo que a todo marrano le llega su noche buena ¡De que me las paga me las paga!" y obviamente no terminaría de otra manera, sí ni siquiera la ley de Perdón y Olvido funciona dentro de la constitución, ¿ahora va funcionar debajo de las cobijas, donde un cierre de piernas es más efectivo que el cierre total del congreso?... Volviendo al tema, es muy lógico prever un resultado que, por nuestra ilusa ambición de un ayer reivindicador, resulte en una constante condena. Así como el infiel pagará con la desconfianza de su pareja y un posible empate a futuro, el calvo lo hará con su ridículo público, el niño lo hará al desacreditar su madurez por el hambre de puesto (¿Hablaba del niño o de Antanas?) y la mujer atascada en la blusa para adolescentes lo hará con mi mirada de desagrado. Sin embargo,  lo peor aún está por venir... porque cuando uno convoca la oportunidad de Volver también está trayendo a su némesis; similar a alguien que por pedir algo de luz descubre el verdadero valor de la oscuridad, y el sombrío Recaer aparecerá perfilado sobre el suelo sin que nadie lo note, hasta que ya será demasiado tarde.

Aún no se si quiero tratar tal la disyuntiva lingüística. Por su naturaleza, Recaer entraría en un texto diferente del tipo “déjame masticarlo”, junto a las otras Re-españolizadas de la RAE cruelmente colombianizadas; sin embargo, quiero hacer claridad sobre el peso que éste trae consigo. Mientras uno piensa en Volver, lo hace conscientemente, como cuando creemos que la fuente de la eterna juventud viene dosificada en mililitros de Botox; pero al Recaer nos estamos lanzando en una carrera de mentiras con la lengua ciega y la cabeza enmudecida, esclavizándonos de inmediato a la incoherencia de nuestro propio deseo interior. La persona infiel recaerá en su "error", apenas la tentación supere su voluntad (y dejo el error entre comillas porque entre bomberos no nos pisamos las mangueras y mucho menos la propia), así como un adicto volverá a consumir tarde o temprano, aunque termine reemplazando su vicio por otro, el alcohol por la mitomanía o droga por la fe... En fin, al seguir esta línea es fácil percibir que Volver se convierte en el promontorio perfecto para nuestra debilidad, dándole base al insaciable Recaer que desvirga paulatinamente el auto-respeto y nos deja a cambio, un paupérrimo intento de dignidad hecho un pajazo mental. Pero, visto de otra manera,  Recaer es quizá la única forma de "echar pa'tras", cuando en realidad estamos diseñados para "echar pa’lante", según indica la morfología de nuestros pies; razón por la cual, generalmente son los actos no deseados los únicos con la capacidad de Volver en realidad…  un ejemplo de ello sería, si a los cincuenta buscamos una cintura de avispa veinteañera, Recaeremos en sentirnos como si fuéramos de 20 años, pero viéndonos como un manatí gordito y cincuentón de barriga extrañamente ceñida… Definitivamente hay que tener mucho cuidado con el misterioso Volver; ya nos hemos dado cuenta que Recaer estará de su mano, y como su primo hermano la Reelección, será muy riesgoso permitirle manejar el manubrio de nuestras vidas. Piénselo… siempre las segundas y hasta las terceras partes son las peores, aunque estén llenas de buenas intenciones; como pensar en renovar los votos matrimoniales en una boda de oro, con una luna de miel arrugadamente geriátrica; o querer resarcir nuestros errores sentimentales, haciéndose el mejor amigo de la ex suegra, o al final, recuperar nuestra feliz y culicagada infancia con un pañal para adultos ¿no se lee muy agradable cierto? Ahora bien, aún me queda una pregunta muy personal… hablando de nalgas y reelección, no recuerdo ¿Estaba hablando del niño o de Antanas?

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