6 jul 2014

Acerca de: DECIR ADIÓS



"Tropezarse con una despedida es hallar los signos de puntuación para nuestra historia, las pausas, los respiros, las claves, las sentencias, los momentos de giro donde cambiamos el mundo"


Durante un largo tiempo, tan largo que pude dejar de ser lo que pensaba para ser lo que hacía, he venido dando vueltas a un término que me tiene secuestrado entre dos signos de interrogación ¿Despedirse? Una palabra jorobadita, cabizbaja y nostálgica que a veces no puede consigo misma, y que por ello recurre a otros adjetivos para sostenerse como el anhelo, la distancia, la impotencia, la resignación, el olvido...

La razón de querer inmiscuirlo en este misterio no es cómoda ni fácil de explicar, tampoco tengo pensado hacerle reír o convertir silencios en palabras para ablandar su almohada, es sólo una intención manifiesta por liberarme de ella, por quitármela de encima y "dejarla ir" como bien narra su significado. Es un intento de entender por qué un adiós va más allá del simple acto verbal y como si fuera un salpullido emocional, busca adherirse al cuerpo sin importarle la infección de su recipiente. Hoy, Yo soy su recipiente.

Últimamente he visto partir muchas cosas, algunas embrutecidas como la democracia y otras tan adulteradas como la justicia; también se han ido personas cercanas en tan corto tiempo y en tan variadas circunstancias que parezco envuelto en alguna desintegración atómica, donde la materia deja de distinguirse de la energía y la carne se transforma en recuerdos, los lugares en voces y los sentimientos en caricias involuntarias sobre el aire. Por desgracia no soy el único, ya que en la misma temporada ha muerto una buena parte del panteón mundial, desde Mandela hasta García Márquez, toda una peripecia griega en la cual el universo nos desaloja de los héroes equivocados y acaba reeligiendo a los villanos de siempre.

No sé cuántos de ustedes han tratado de describir esa sensación de ver partir algo a lo que pertenecían, pero todos la conocemos muy bien. Cualquier adiós, el de funeral, de no volver, el de mirar hacia atrás, ese de marcar con un gesto explícito a través de los ojos la diferencia entre el antes y el después, es aunque me cueste admitirlo, una especie de pataleta al vacío, un acto de consciencia circunstancial que involucra un cambio de actitud frente a lo irreversible, una rendición simbólica ante la abrumadora realidad que nos apalea a garrotazos hasta amputar una parte de nosotros, amputar un Alguien, un Algo, una realidad a la que poco le importa inventarse un sinnúmero de escenas cinematográficas, si al final nos deja convertidos en el mismo resultado: Un ser abandonado con un miembro fantasma en su memoria.

¿Por qué se arraiga tanto ese sentimiento y por qué resulta tan frecuente? Decimos “Chao” unas 10 veces en promedio al día, juntamos manos, las movemos como vaivén cuando alguien parte, lo remarcamos con abrazos, con venias, con besos, nos aprendemos con nimia facilidad su traducción a otras lenguas, Bye bye-Au revoir-Sayonara-Auf Wiedersehen-Arrivederci-Namaste, y aun peor, lo tratamos con tal abolengo que si alguien decide marcharse sin hacer alguno de los gestos anteriores, lo juzgamos inquisitivamente como irrespetuoso, maleducado, desagradecido… ¿Acaso partir es una especie de pecado original con el cual todos nacemos? O mejor ¿Es un recordatorio inconsciente del mismo?

No hay cómo decir Adiós sin dejar que algo se vaya de nosotros. Es inevitable. Es obligatorio. Es lo que se debe “hacer” para expiar ese pecado innato de transitar sobre el tiempo. Es un intento perpetuo por dividir el futuro, por tratar de reconciliarnos con el pasado y resolver consigo el presente, dando vueltas una y otra vez en ese ciclo de justificar la cronología de la vida. Vaya cosa esa de las despedidas que bajo esta mirada no solo son palabras, ni sentimientos, también son cuerpo, y pobre del cuerpo al no saber manejarlas.

Esa manera tan dramática de someternos a algo intangible y buscar materializarlo sólo existe en la naturaleza humana, la misma que parece rendir culto al sufrimiento como si ya el dolor no fuera suficiente. En el mejor de los casos hacemos una seña, el shock se purga a tiempo y lloramos de forma incontenible o nos apretamos los unos a los otros por esa necesidad de compañía en la piel, otros en cambio hacen rituales simbólicos como tres días de silencio o acaban cediendo a las cosas  más inverosímiles, por ejemplo, un cambio de look para alborotar hormonas y convertirlas en dopamina con el primer aparecido; sin embargo hay quienes que con dejar la mano estirada no basta, el shock nunca existe, las sábanas ajenas no estigmatizan, y el dejar atrás resulta estar dos o tres pasos por delante siempre.

Somos los peores, los borderlines, los beatniks, los cahiers du cinéma, los fluxus, los saudade, los taxidrivers, los radioheads, los faulknerianos, los Dostoyeski/Tarkovsky/Bukowski/Chomsky, los, los, los... Los que ya sabemos reconocernos pero poco nos cruzarnos. Nosotros, quienes entre muchas otras cosas, decidimos negarle al cuerpo casi cualquier expresión primaria cuando tiene que despedirse, derivándolas en metáforas apenas tangibles por el intelecto, o somatizándolas (¿sodomía tal vez?) en esa eterna destilería sentimental con la cual embriagamos la soledad y la disfrazamos de ausencia. Si, somos los peores, porque conocemos todas las desambiguaciones de un Adiós pero aun así no queremos conjugarlas en pasado.

Muchas personas quizá consideren lo contrario, sin embargo estos seres "raros" que no consiguen encajar con nadie sin descuadrar algo, que incluso pueden ser translúcidos pero nunca transparentes, son los que más padecen las anomalías de una despedida. No sabemos permanecer, nos cuesta mucho la cercanía y la entrega total hacia alguien nos parece imposible, por ello acumulamos separaciones como ruidos de autopistas; suenan, están ahí todo el tiempo, se mimetizan en el andar por las calles y antes de darnos cuenta, sus micro-vibraciones quiebran el concreto, hacen temblar nuestros puentes y derrumban edificaciones completas de nuestra consciencia. No son simples cordialidades, ni tampoco abismos oscuros de los que cuesta salir, son hilos conductores, anclas de miedo, silbatos para perros, decibeles de ruido, huellas de un rastro salvaje, migajas de un cuento de brujas, faros para aviones perdidos, mapas celestes que nos llevan del día a la noche para no extraviar nuestro camino, el de continuar sin remedio.

No sé si con esto logré deshacerme de ellas, pero por lo menos gracias a ello busco entenderlas. Tropezarse con una despedida es hallar los signos de puntuación para nuestra historia, las pausas, los respiros, las claves, las sentencias, los momentos de giro donde cambiamos el mundo, y sin ellas, ninguno de nuestros recuerdos podría narrarse de un solo aliento. Al fin y al cabo somos la memoria de lo que vivimos, somos quienes podemos hacer historia o al menos, hacer parte de aquellos que son capaces de contarlas, porque después de todo, despedirse es sólo un nuevo intento por empezar algo que quizá nunca dejamos terminar. La vida está llena de puntos suspensivos, pocos puntos aparte y solo tiene uno al final… Si usted de alguna manera siente lo mismo, entonces es uno de los nuestros.



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1 comentario:

  1. https://www.youtube.com/watch?v=Nb1VOQRs-Vs Franky tu blog me llena de esperanza como esta canción. siempre que escucho a Diego Torres, me acuerdo de tus escritos. Sigue escribiendo y llenado al mundo de esperanza, igual que Diego Torres! Te admiro y soy tu fan! Saludos! Vuelve a escribir!

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