¡Señoras
y señores! ¡Guaches y guarichas! (Vocablos Chibchas que significan exactamente
lo mismo, y que al nacer en esta patria de "indios" como nos llaman
algunos, merecen sus honores correspondientes) Niños precoces y niñas
inquietas. Animales, microbios y alguno que otro desubicado que Google re
direccionó mientras buscaba cómo desvestir a una Barbie con solo mirarla a
través del empaque... En fin queridísimos lectores, para mi resulta un
resignado placer contarles que este blog ¡Cumple su primer año de
publicaciones! Y viendo que durante este periodo nadie tuvo la sensatez de
detenerme, es un buen momento para abatir sus mentes con promociones, ofertas y
alguno que otro indirectazo de regalo.
Tal
como cualquier bien de consumo al estar de aniversario, hoy y solo por hoy,
estoy pensando en rebajarme un poco más de lo normal, y así atraerlos a comprar
un producto de excelente calidad, tan voyerista como nos gusta y a un muy bajo
costo... ¡El de nuestra enceguecida indignación
patrimonial!... Que para fortuna de muchos gobernantes, se encuentra en proceso
de devaluación y se hace fácilmente transable por casi cualquier cosa: Oro,
carbón, petróleo, cocaína, entre muchos otros de cuestionable exportación...
Para demostrarlo, mis próximas palabras estarán dedicadas a un territorio sobre
el cual se adolece mucho pero se enfrenta poco, y que solo hasta poder adentrarme
en sus enajenados misterios, al fin logré liberarme de los discursos
ignorantes, del dolor de libreto y de los mitos de su sangre oscura que lo
transcriben, descubriendo así una realidad llena de tantas contradicciones que
ni la más frondosa selva negra podría cubrirlas.
El
místico Chocó es un lugar de imaginarios y desencantamientos. Su tierra es un
manifiesto a la ironía que va más allá de la riqueza natural y su nefasta devastación,
más allá de la segregación y la ingenuidad étnica que muchos divisamos desde las grandes ciudades. Pero su razón de ser no se limita a las denuncias
dramatico-faranduleras de las ONGs que tanto malacostumbran a los académicos.
Tampoco responde a la temida fiebre del oro y las enfermas consciencias que
conquista hasta envenenarlas. Esta supervivencia inverosímil basada en la avaricia,
la necesidad y el desarraigo proviene de una naturaleza aun muy difícil de
asimilar por el ser humano, su propia y enajenada autodeterminación.
Aquí
no hay Viagra que valga ¡El "arrechón" manda la parada! Y eso nos revela
que el Chocó también está permeado de malicia y amor. Aquí la lástima es tan
efímera como la desigualdad, y se respira día a día con la tranquilidad de la
aceptación; aquí pocos entienden sobre la santidad de la jungla, y las personas
más cercanas a su esencia nativa, los "cholos" indígenas de la tribu
Embera, sobreviven a la discriminación de los mismos chocoanos que han sufrido
por ella hasta ahora; demostrando con ello que el racismo Colombiano, fuera de
ridículo, es trashumante y pasa de raza en raza con el paso de los años. Aquí
los paisas ven negocios, los extranjeros desangran las piedras, los cachacos
servimos de abogados del diablo, los afro trabajan mientras se emborrachan con
lo que pueden, y los indígenas en un periodo colonial más light, comparten las migajas de esta agreste economía con sus
gallinas. Aquí Dios ya no juega a los dados porque durante su última visita, en
aquel tiempo cuando se traían hombres a domicilio desde el África, perdió no sé cuántas
miles de almas negras en una mala apuesta, y con sus notorios problemas de
autoestima, no fue capaz de recuperar este pedacito de edén de este caluroso
infierno.
Disernir
estas cosas no ha sido fácil. Para poder amansar tantas inmorales apreciaciones
tuve que hacer una travesía por si misma inverosímil como lo exige la región.
En pocos días he pasado de ciegas camionetas polarizadas a canoas donde el
horizonte se traduce en la más visionaria libertad. Me he metido en sitios
donde el aire acondicionado disfraza la pobreza, y en endebles casas de madera
donde ella misma se pavonea orgullosa de su antena Directv. He visto un
amanecer nublado que pinta toda la atmosfera de naranja, y me he fragmentado
con ríos infinitos donde la extracción de minerales los matiza de un asqueroso azul
lechoso; pero más allá de eso me preocupa que pese a ver infinitas situaciones, donde
el término Miseria obtendría un mérito suficiente para ser incluido dentro del himno
nacional, aun no he visto ni la mitad de lo que sucede en este lugar porque me ha
sido vedado, o porque yo también me he vuelto insensible. Sin embargo, mis oídos
han sabido escuchar los carrotanques incendiados a un par de kilómetros de
distancia, mi cámara ha registrado un camión de gas recién asaltado por el ELN
y mi intuición me ha alertado sobre algunos personajes a los que no debo
levantar la mirada pese a comer en la misma mesa... Se que hay más, pero seguro me es invisible a plena vista.
¿Por
qué este lugar, estas personas, esta cultura, se esfuerza tanto por desarraigar
las raíces de su historia? Pues bien, la respuesta es tan evasiva como la misma
idea de preguntar cuando aquí "nadie sabe nada", pero pese a ello,
algo me dice que se trata de un problema ontológico que solo encontrará lógica
en mi cabeza... El Chocó es un cuerpo sin memoria, una pulsación bombeando sin
origen ni sentido, un cheque sin fondos cobrado con salvajismo a su ausente legado,
una madre virgen que heredó genéticamente las desgracias de unos extranjeros
traídos a la fuerza, quienes a su vez llegaron como huérfanos a una tierra que
no les pertenecía. Este Mato grosso
del pacífico, tan enigmático e inocente, es violado por todo aquel hombre que
la habita, sin consideraciones sociales de ningún tipo, solo por una sencilla y
obligatoria razón. La supervivencia permanente.
A
través de mi viaje que comenzó en Quibdó y llegó hasta la incoherente niebla cubriendo
a San José del Palmar, por cada población que pasaba, Yuto, Tadó, Istmina,
Condoto… Me encontraba con un común denominador: Sus habitantes más pobres aun
dependen de la agricultura rudimentaria y de la minería artesanal. Ni la
mendicidad ni la riqueza son una opción, porque la primera es mal vista y la
segunda mira por encima de hombro mientras habla entre jeroglíficos de máximo
calibre como estos: 我懵了,我不承认,当我听到中国. Tanto hombres como mujeres,
niños y ancianos trabajan para juntar el hambre con el cansancio en las mañanas
y así, sobre el medio día, poder justificar el humilde pecado de respirar. Ya
en horas cercanas a la tarde, las matronas con casi un siglo de andar
descalzas, se asoman por las ventanas a mirar las sombras pasar de lado a lado
sobre los andenes de tierra, mientras los pescadores acumulan los Bocachicos y
las Pianguas sobrantes de las ventas para su almuerzo del otro día. Luego,
cuando la noche seduce su piel para convertirla en penumbra, los pobladores del
pacífico subyugados según las diferentes fuerzas del orden legal o ilegal,
salen a discotecas de pueblo para sudar en la oscuridad o se esconden tras las
delgadas paredes de madera a la espera de camuflarse con el crepúsculo en caso
de presentarse cualquier conflicto; y si la noche les sirve de cómplice,
procrean, procrean y ¡procrean! hasta que el "arrechon" pierda la
batalla y puedan aumentar el riesgo de un futuro mejor en las proximas
generaciones.
Por
último, en las mañanas salen todos de sus casas: Europeos, gringos, orientales,
afros, indígenas, militares, guerrilleros, traquetos, diplomáticos, empresarios
etc... Entre ellos se ven, se saludan, se gritan, se ríen, se amenazan, me
atropellan con una de sus motos y se van, vendiendo su alma a diario por cosas
que ambicionan otros fuera de aquí. Es entonces cuando el delito de asesinar la
naturaleza se hace punible en impuestos; y el dinero circula entre amos y
esclavos como si buscaran reemplazar la sangre en sus venas para comprar con él
cada latido de su corazón, a la espera de que el destino cobre gota a gota sus
deudas cuando, por derecho o por la más incoherente de las casualidades, los
agujeros dentro de la tierra ya no sirvan para explotarla sino para volver a
ser parte de ella.
Damas
y caballeros, esta fue mi fugaz mirada al lugar donde la sal crea un cosmos sobre la
piel negra. No obstante, no dejo de pensar que de haber ahondado más tiempo en
su océano de secretos, pude haberme enamorado de su conveniente anonimato y así,
caer en el olvido con el sabor a pesca’o y las sonrisas de mármol marino; pero
por fortuna mi viaje continuaría hasta desplegarse a sitios en los que mantener
silencio era el único tiquete de salida. Sin embargo, las zonas de conflicto
vendrán después, cuando mi osadía vuelva a casa donde callarme es un derecho y
no una volátil tranquilidad. Pronto… muy pronto.
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