28 ago 2013

Acerca de: UN PARO AGRARIO


"A veces estamos tan lejos de la realidad rural de este país que no nos basta con verla en un paseo de olla, también tenemos que entenderla en Youtube, cuestionarla en Facebook, retratarla en Instagram y seguirla en Twitter".

Empecé a escribir sobre Éste paro agrario, el de hoy, el que tiene a Colombia en vilo por las marchas y disturbios, por los bloqueos de vías, por los excesos de la policía, por la indiferencia del presidente... Empecé a escribir sobre los campesinos heridos, el desabastecimiento de los mercados, la intransigencia permanente de los TLC, el terrorismo invisible que presiona a los manifestantes, sobre la tierra que con todo el sudor de mis compatriotas no logra pagar el fruto de su propio trabajo. Empecé a escribir y empecé a escribir... y al escribir poco a poco me daba cuenta de lo suaves que aún son mis manos, o que no tenía hambre porque todavía había en mi nevera arepas, queso, algo de leche e incluso una ensalada para "después"; seguía escribiendo y a la vez saboreaba el café recién hecho, o sin darme cuenta dejaba caer cómodamente mi brazo en el brazo de la silla, y mis nalgas cada cierto tiempo se movían para sentir de nuevo la blandura del asiento. Seguí escribiendo y mientras le calculaba al señor Ministro de agricultura cuanto podrían valer los dos huevos que le hacen falta, o mientras les sugería a los del ESMAD usar falda, para que si no les daba vergüenza golpear a otro colombiano en el piso, por lo menos la pena de que se les vieran las tangas cuando se agachaban los detuviera… Mientras lanzaba sarcasmos a pedir de boca, yo me mantenía sin tener frío aunque me doliera el alma, seguía sin pensar en qué comerían mis hijos mañana (si los tuviera), seguía sin cruzar los dedos para que mi cosecha no se arruinara, porque desde el cielo podía caer glifosato en vez de lluvia, seguía sin darme cuenta que mientras yo jugaba a arreglar el país desde un teclado lleno de cenizas de cigarrillo, allá, allá, allá, la gente que varias veces me recibió como un hijo al que piensan engordar a punta de agua’panela, sancocho y hasta ñame, esa gente, esas personas, hacían algo que muchos nunca se imaginaron: Levantar sus ruanas para cubrirse de un gas lacrimógeno, usar sus bastones de arado para hacer tronar las carreteras, caminar hasta la plaza de sus pueblos para gritarle al ¿gobernáculo? de Santos (no puede haber una casualidad lingüística más interesante, créanme): Que se esté un mes, así como uno comiendo la mierda de ser pobre, y que me deje la presidencia un mes, pa’ ver como yo arreglo toda Colombia (…) le pido al gobierno que mire, qu se ponga en los pañales d’uno, porque a uno si le toca sufrir y el todo ¡Ah! Allá todo como a la espalda, ¡allá senta’o!.

El país se sorprende porque litros y litros de leche se derraman en la calle, aunque meses antes el mismo gobierno en Campoalegre destrozara toneladas de semillas de arroz, según ellos, porque ahora están protegidas bajo un ridículo “Derecho de autor” gringo; y los que antes sembraron nuestros alimentos se convertían en criminales por cultivar su propia semilla. Algunos amigos, los más comprometidos, salen a marchar aunque muchos no sepan ni sembrar una buena cachetada, otros en cambio, se pegan de las redes sociales compartiendo numerales, links e imágenes, aunque su mayor vínculo con una vaca sea la que bautizaron alguna vez en Panaca, y los otros, muchos otros entre los que podría incluirme fácilmente, solo hablamos cinco minutos sobre lo difícil que está la situación, para luego burlarse de Miley Cyrus por confundir un casting de softporn con los premios MTV (aunque lleven casi una década pareciéndose mucho). Sin embargo, pese a que todos hacemos algo y que lo más sorprendente sea que todos lo estamos haciendo como nunca, casi nadie sabe a ciencia cierta cuál es la respuesta para resolver esta crisis. ¡Quería denunciarla! ¡Me daban ganas de llorarla! Y con todo eso… Aun no estaba haciendo nada.

 
Cuando revisé el boceto del primer artículo me di cuenta que yo tampoco encontraba una respuesta, solo tiraba y tiraba palabrotas recicladas de los dolorosos videos, fotografías, caricaturas, testimonios y demás información a la que podía tener acceso, incluso jugaba con mi cámara para capturar el mejor ángulo de un cartucho de gas con el que me tocó intimar hasta las lágrimas, cuando mis compañeros universitarios jugaban a hacer su revolución detrás de una reja, recordándome todas las veces que me sentía el rey del balón mientras jugaba fútbol en el colegio, hasta que se me iba por encima de una reja y me tocaba esperar como un pendejo a que un desconocido me lo devolviera. Pero más allá de ello, de todas las ideas que había producido, no había una sola capaz de compensar a al menos un campesino herido en su cuerpo, en su dignidad, uno solo, cuando varias veces me he sentado en su mesa, he comido de su propio sustento, con su misma familia, y me han servido en su más bonita vajilla que también resultaba ser la menos rota, para que me sintiera bienvenido, para que me sintiera en casa… Pero en mi casa ya no existe una moledora de maíz (y en mi casa nunca ha existido) porque las arepas en la nevera ya vienen empacadas, en mi casa tampoco se madruga para conseguir la leche fresca (y en mi casa nunca lo han hecho) porque la leche me dura días en la misma bolsa, ni mucho menos se espera a que se seque bien el café para atrapar su aroma (y en mi casa nunca lo he esperado) porque mi cafetera lo saca minutos antes de pensar siquiera en bañarme. Mi casa no tiene la nobleza de su casa, ni el trabajo de su casa, ni el sudor de su casa, ni siquiera el amor de su casa, y aun así, cuando he amasado maíz o trigo lo he hecho en su cocina, cuando he sentido la tibieza de la nata lo he hecho con sus vacas y cuando he disfrutado del olor de los granos sobre las parrillas lo he hecho con su café. En definitiva no podía compensarlo con mis ideas, porque mis ideas, mi cerebro mismo no sobrevivirían una semana sin alimentarse de lo mismo que ahora los tiene aguantando hambre.



A veces estamos tan lejos de la realidad rural de este país que no nos basta con verla en un paseo de olla, también tenemos que entenderla en Youtube, cuestionarla en Facebook, retratarla en Instagram y seguirla en Twitter, o por lo menos esos medios y algunas experiencias que agradezco mucho, eran las fuentes principales con las que afrontaba mi alevoso e ignorante artículo. Pero justo al terminarlo me di cuenta que, pese a ser un hombre privilegiado por haber pasado largas temporadas en donde ni la señal de Dios (que se parece mucho a Google últimamente) es capaz de identificar el bien del mal, no tenía pista alguna sobre qué hacer para darle una mano a quien le había donado la suya a la madre tierra. Tal vez no era el único, porque los que comparten mi misma preocupación se inventaron ir de ruana a las oficinas, universidades e incluso a una cita a ciegas, otros convocaron a sus ollas y cucharones para cantar el himno nacional en la Plaza de Bolívar y llenar de “hijueputazos” a los funcionarios públicos que ya se habían escapado de sus escritorios para escuchar los cacerolazos desde su casa, incluso otros marchamos desde la zona rosa de Bogotá (WTF?), muchos, con cámaras, carteles, pitos, perros y hasta costales llenos de espuma para solidarizarnos con el movimiento campesino, y aunque esa comunión de desconocidos era una hermosa manifestación del contacto humano, caminábamos en línea recta entre un corral de concreto, gritándole a los vidrios y a los helicópteros, deseábamos de corazón la equidad del pueblo, la justicia de todos, denunciábamos el uso desmedido de la fuerza, la indiferencia del poder público, los abusos capitalistas, la patria vendida, sus recursos prácticamente prostituidos y la sangre derramada por cientos de campesinos que no conocíamos, pero que con seguridad lo agradecían desde los centros médicos o algunos desde su propia tumba. Los habíamos ignorado durante años y nos perdonaban. Los estábamos consumiendo por años, a veces hasta agotarlos, y ahora casi sin esperanza nos esperaban.




Al regresar a mi apartamento, tenía los ojos llenos de imágenes y mi pecho rebosaba de voces ajenas, ajenas pero hermanas, sin embargo me di cuenta que por más que haya caminado kilómetros todavía quedaba un largo trayecto ¿Qué más podía hacer? ¿En realidad había dado el primer paso? Llegué a casa y quise reciclar pero no había basura y lo único que quedaba era una botella de Cocacola; quise meterla en una bolsita blanca y miré el viejo logo de Carrefour, me estresé un poco y abrí la alacena, me encontré con mi te Lipton, con mis cereales Kellogg’s e incluso, por un momento pensé que la vieja libra de avena Quaker me caería en la cabeza (quizá lo merecía); había también arroz, lentejas, sal y hasta unos bloques de panela tan duros que de ser como la avena suicida me matarían a mí y a mis 4 vecinos de cada piso, pero sin importar que los tuviera, solo veía las marcas rodeándome, mi asiento esperándome y algo para decir que no tenía sentido.

La ciudad poco a poco iba quedándose sitiada, el país mismo estaba siendo bloqueado por todos los frentes y yo, estaba de nuevo sentado, con la mente tan consumida como el alma. El territorio rural se levantaba y yo quería acostarme, pero no lo hice, escribí esto, cruzando los dedos para que entre todos consiguiéramos resolver nuestro problema aunque me despertara al otro día, y si mi mirada no se llenaba de tristeza por ver las golpizas de la policía, se sentiría atrapada entre todos los productos del supermercado. Quería hacer algo, aun quiero seguir haciéndolo, y esto es lo que he hecho por hoy. Decir algo… ¡Dígalo usted! Pero no solo hoy por los agricultores, no solo por eso. Dígalo también por las masacres de los últimos 60 años, por los desplazados, por los falsos positivos, por el narcotráfico, por la extrema pobreza, la trata de blancas,  los magnicidios, la falta de educación, la justicia selectiva, las cárceles llenas y los criminales de lesa humanidad libres… Dígalo por la desnutrición, por los raspachines, por los soldados bachilleres, por los niños guerrilleros, por la violencia familiar, por el ácido en las calles, las violaciones a pleno día, las puñaladas en la esquina, el abuso sexual infantil, los políticos corruptos, las minas quiebra patas, los secuestros extorsivos, el mercado sexual ilegal, los indígenas masacrados, la sobre explotación minera, el desempleo, los damnificados, los muertos en las puertas de los hospitales y por qué no, dígalo también por usted mismo… Si lo piensa en profundidad, éste paro, Éste también es Un paro, uno nuevo, y no es la primera oportunidad que tiene para decirlo.



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