29 feb 2012

Acerca de: LOS BOLSILLOS


"No hay situación más incómoda que tener las manos ocupadas y estar obligados a sentir los dedos de otro individuo, mientras escarba con inútil cuidado entre los pliegues de la ceñidísima tela contra la piel... es casi como una citología sorpresa."
 

Tengo un miedo terrible desde pequeño y es el de llegar a perder una mano, o en el peor de los casos las dos; aunque la posibilidad de verlas desaparecer juntas es tan baja que es más probable ver a Timochenco bailando la cucharita se me perdió, en los quince de la hija del comisionado para la paz, que llegar al extremo de perder todos mis dedos de una sola tirada (¡upssss!... Si lo condenan ojalá no sea por haberse "desmovilizado" la cadera falsamente, mientras le seguía el paso al jefe de las FARC).

Tal miedo abominable a la mutilación espontánea surgió en mi niñez, cuando un estúpido payaso me saludó con una mano de goma en una fiesta de recreación y al jalarla se desprendió, haciéndome creer que se la había arrancado con mi propia fuerza. A penas la sujeté en el aire entré en shock de inmediato sin darle siquiera la oportunidad de remediar su broma de mal gusto. Desde aquel momento tengo la fijación tonta pero justificada de saludar con sutileza y permanecer con las manos entre los bolsillos para que no se me salgan del brazo; sin embargo, no fue difícil convivir con mis traumas infantiles hasta que un día, metí una mano entre un bolsillo roto y sentí como éste se tragaba mi brazo sin misericordia... Desde ahí comenzó una nueva pesadilla.

Vivimos llenos de agujeros, pequeños vacíos sombríos fabricados de tela y ansiedad, llenos de boronas micro-sobrevivientes y de excéntricas costuras rebosadas de orgullo. No importa si están rotos o en perfecto estado, su razón de ser los obliga a devorar cualquier cosa dentro de ellos, y en algunas ocasiones, no están dispuestos a devolverlas. Mientras escribo he logrado enumerar (sin contar), más de 10 de estos recipientes; y entre ellos puedo ver (sin mirar) cómo se esconden democráticamente los objetos más significativos de mi vida cotidiana, en contraposición a la basura más sorprendente del día (hago constar de antemano que, aunque separo las cosas importantes de las otras, en muchas ocasiones las confundo y terminan siendo las mismas, sin importar si es mi vida o la de los demás) . También en ellos puedo sentir las gotas secas del sudor ocioso, alguna factura inútil de supermercado y una buena cantidad de trocitos de pasado que arman el rompecabezas de mis instantes desechables. Sin embargo ¿se ha dado cuenta de la odisea emprendida por sus dedos tratando de diferenciar lo relevante de lo insignificante entre lo que guarda? pues bien, examinemos entonces en dónde se oculta el misterio.

Un bolsillo, denominado por los franceses Le sac, por los alemanes Der handtasche y por los coreanos (¿¿¿¿WTF????), es un recinto vital arrojado a las sombras; una especie de vorágine aplanada que conduce a un universo paralelo, donde nosotros nos reducimos a tarjetas con fotografía, nuestro hogar se aminora hasta un trozo de metal, nuestro instinto de supervivencia se materializa en papel moneda, y nuestro círculo social se congrega en un aparatito lleno de ruidos raros y teclas con nombre propio (¿Teléfonos inteligentes? ¡Vaya mentira más bochornosa!, pero sobre ellos escribiré luego). Cuando una mano entra en aquella bolsa de Pandora, acaricia un viaje en el espacio-tiempo que conecta el mundo real con el universo simbólico, donde la poderosa textura de un billete, se entremezcla fácilmente con el nombre de la persona amada escrito entre circuitos electrónicos; y si no fuera porque las conexiones cerebrales son más inteligentes que nuestra consciencia, los uniríamos a los dos más veces de las que nuestra pareja quisiera darse cuenta.

También un “saquillo” puede ser la entrada indirecta a nuestra intimidad, a ese territorio donde tocar con disimulo y rascarse sin ser visto, con cierta complacencia orgásmica, es la mayor "pruebita" de amor hacia sí mismo. Por ello, no hay situación más incómoda que tener las manos ocupadas y estar obligados a sentir los dedos de otro individuo, mientras escarba con inútil cuidado entre los pliegues de la ceñidísima tela contra la piel... es casi como una citología sorpresa.

En fin, dejando atrás todas estas verídicas y rebuscadas teorías, es necesario caer en cuenta que los bolsillos de la ropa también son un manifiesto sexista en la interminable lucha de géneros. Un pantalón de hombre por ejemplo, contiene dos o más bolsillos en su haber donde se guarda apenas lo necesario, fuera de una cantidad incongruente de tarjetas de presentación como si estuviese coleccionando un directorio; en cambio, un pantalón femenino sin importar su tipo, tiene mucha suerte si alcanza a tener un par de trampas para esmalte para cada una de sus manos. A razón de ello, una mujer tiene que demostrar su sorprendente destreza al evitar que sus dedos se vean atrapados por el textil, en la frecuente proeza de extraer tan solo un papel de su propio pantalón... Eso sin hablar de la muy extraña tendencia de los diseñadores al hacer costuras falsas para simular los pliegues sobre la pierna, como si de manera psicológica se estuviese atacando el feminismo contemporáneo con un ejército de mujeres incapaces de "meterse la mano al bolsillo" cuando de pagar la cuenta se trata.

Ante todo este delirio machista de hacer la ropa femenina como una segunda piel (casi asfixiando la primera), una chica promedio no tiene más alternativa que aumentar el diámetro de su Mega-vacío principal... El increíble bolso... dejando atrás esa bonita época de las microcarteras Louis Vuitton al estilo de la Rebecca de Hitchcock, para acabar con unas pobres tulas de bodega, las cuales brillan de soberbia con la marquilla D&G grabada en un estampado mediocre por toda la superficie. Ya en su interior, esta bolsa infinita no solo se dedica a suplir la necesidad de espacio ausente en la vestimenta, también da pie al maravilloso surrealismo femenino donde puede encontrarse hasta un arsenal completo de maquillaje que bien podría retocar una caravana de circo, pero no se hallaría, en el 50% de los casos al menos, algo tan fundamental como un paraguas, la cédula de ciudadanía o las llaves de la casa.

Una última reflexión sobre tan útil saco de tela, (haciéndole caso a una querida lectora de risos sonrojados, quien argumenta que siempre empiezo en un punto y casi no termino en ninguno), un bolsillo se traga las cosas que resguarda. Definitivo. Como una especie de paradoja fantástica donde miles de elementos se desaparecen, huyen o se pasan por invisibles (incluidas las manos... aunque en realidad duerman ahí como los peces durante varios segundos aleatorios en el día); cuando en realidad, estos saquitos llenos de motas fueron diseñados para resguardarlos y protegerlos del “esculcador” exterior. Si piensa que estoy exagerando recuerde cuántos celulares se han esfumado de los bolsillos como por arte de magia (¡¡¡maldito payaso!!! ¡Odiaré su mano falsa toda la vida!), o en cuántas ocasiones ha casi sentido su monedero ahí y solo cuando lo necesita cae en cuenta de su ausencia, o por último, siendo optimistas ¿Alguna vez ha encontrado un billete sorpresa dentro de un jean que no usaba hace tiempo, y esto le ha arreglado un mal día?... ¿Ve?... ¡Los bolsillos son un agujero de conejo para el siglo XXI!, y nosotros las Dorothy's contemporáneas, quienes en cada incursión dentro de ellos nos exponemos a los más fascinantes misteriosos entre los más traumáticos descubrimientos... Si todavía piensa que exagero, revísese bien... Quizás ya no tenga algo importante para usted, y si es usted de las que usa esos "talegos" de tela (cada vez más "talegos" y menos carteras) escarbe muy profundo en ese gran pozo de oscuridad... Si encuentra algo como una carta de amor de hace varios años o un par de medias de reposición, es usted la digna heredera de la bolsa mágica de San Pedro , solo que en vez de usarlo para salvarle la vida, posiblemente esté lleno de "maricaditas" para complicársela.

PDTA: (Acostumbrándome a los post-data... Aunque las estadísticas digan que los colombianos cada vez leemos menos, a mí por lo menos me gusta escribir (de) más)...  Aquel payaso se llamaba Eliécer; digo que se llamaba porque está muerto para mí... Juraría que era manco, o por lo menos eso me dice él mismo en algunas pesadillas… Espero de todo corazón que haya recuperado su mano y pueda estar en este momento pensionado, ojalá rascándose las pelotas entre el muy valioso y añejo bolsillo de un anciano.