"Bogotá está a punto de sufrir de un infarto urbano. En horas pico, los ciudadanos
nos convertimos en sus más peligrosos coágulos y la sangre en sus vías, buses
articulados tan rojos como la ira, se atragantan a si mismos tratando de
evacuar la gente que no sabe tomar decisiones más adecuadas para transitar en
ellas."
Es gracioso pero aún existe gente preguntándome, ¿por qué alguien dedicado
casi por completo a escribir textos de ficción, se pone en la incestuosa (ese
término lo agrego yo) tarea de escribir sobre la cotidianidad?, y la respuesta más
coherente entre mi bolsa de “trascendentalidades” sigue siendo la misma: La
realidad se convierte en ficción cuando la posibilidad de imaginarla, desborda
la capacidad de ignorarla. ¡Claro! Termino
armando frases de escritor y no de ensayista, pero no puedo figurarme una mejor
cuando en vez de escuchar las noticias matutinas de la radio, mi dial se cruza con
algo del repertorio para violín de J.S. Bach en la UN Radio, y prefiero
dedicarle las primeras horas del día a mi apartamento sombrío, a las gotas de
lluvia que velan el paso de la luz, y a la increíble cualidad de encontrarme
con el exterior desde una ventana enclaustrada por su miedo a mojarse.
Veo la vida todos los días pero no desde mi ventana, ya bastante
acostumbrada a decir mentiras sobre la lluvia que no ve, los lugares que no ve, el sol que no ve y las historias
que no ve (quiero aclarar con tristeza que nunca he vivido tras un cristal con
algo interesante por observar, exceptuando en este nuevo apartamento, donde la
tierra gira buscando iluminar mi cuarto para enceguecerme con la guarra de mi
vecina vistiéndose “casualmente” bajo su toalla de florecitas).
A partir de tal dicotomía, muy habitual desde mi infancia, me he
acostumbrado a escribir en dos lugares diferentes; entre el más profundo
encierro, cautivandome a mi mismo con mi propio cautiverio, o a través del más
inédito barullo, donde la psicofonía urbana enmarca aquel incesto de reescribir
mis íntimos pensamientos. Es en ese espacio colectivo, indiferente, asustadizo,
lleno de palabras en cafeterías, de notas grabadas mientras camino, o de
papelitos copiados en aquel cliché elíptico de un recorrido en el bus, donde gran parte de mis ideas comienzan a adquirir sentido, y luego, envuelto en ese encierro libertario, los textos son
paridos, alimentados y hasta perdonados de su pecado original.
La literatura no merece más géneros de los que encasillan la humanidad,
por ende, aunque podemos decirles a algunos Hombres-Realidad y Mujeres-Fantasía, la más mínima clasificación da origen a
la inconmensurable diversidad sexual-literaria que nos nutre como humanidad:
Hombre-afeminado-Cuento; Mujer-masculina-Ensayo; Transexual-Crónica –
Hermafrodita-Novela y la mayoría de pseudo-escritores de Facebook – Asexuados.
Sin embargo, no pienso decirles cuál es el lugar de mi identidad “literosexual”,
porque se me hace innecesario ventilar mis preferencias lingüísticas pese a
metaforizarlas bajo mis pantalones. Con esto solo quiero resaltar que el fenómeno
de la creación literaria no depende de la tendencia a la hora de escribir, ni
tampoco del espacio de re-cogi-miento, sino de la represión que logra “salir
del closet” tras muchos años de cuajarse en el interior, consiguiendo así, traducir
en libertad lo sucedido, de la mente hacia el cuerpo y del cuerpo hacia el
exterior; desde donde la sociedad, sin importar cómo lo juzgue, estará en la
obligación de vivir (leer) o matar (ignorar) su manifestación.
Ahora si, después de tan largo contexto voy a entrar en materia poniéndome
el condón necesario para hablar sobre la realidad, sin correr el riesgo de
contagiarme con su idiosincrasia. Durante mis espacios de escritura, la
convivencia entre movilidad física y cerebral es renuente gracias a mi máquina
de escribir de bolsillo; pero hasta ahora no me he referido con suficiente
propiedad al transporte público donde mi literatura se nutre (de mucha comida
chatarro-narrativa por obvias razones), y creo que, gracias al auge del Sistema
Integrado de Transporte Público, este es un momento bastante divertido para
empezar a hacerlo.
Para todos es bien sabido que moverse por la ciudad es casi un martirio
(supongo de antemano no encontrar un mejor término para ello). Millones de
penitentes van balanceando sus cabezas desde las 5:30 am en una procesión de
pasos sincronizados con rumbo hacia cientos, quizá miles, de acuarios rodantes que
enmarcan entre sus grandes ventanales la película de Bogotá. Cada doliente
supone algo para decir, pero trata de callarlo ante la pena de los restantes
madrugadores quienes a su vez, comparten el luto comunitario de estar sometidos
a estas carrocerías urbanas donde el aire se agota y el silencio, indiferente,
chismoso y cachaco, sobra en demasía. Ya sobre el recorrido, cada cual va en un
rezo canónico con sus pecados, solicitándole al de arriba (o al de abajo según
la rotación de la tierra) que no vaya a suceder nada extraordinario en su travesía. Rogamos que si hay un atraco que sea en el bus del frente, o si se
presenta una protesta de "bándalos terroristas" no se atraviese por
nuestro camino, o si un "idiota" conductor de transmilenio se choca
en su único carril, sea después de pasar por la siguiente estación; así durante
al menos una hora muerta de nuestra sobrevalorada existencia.
¿Cuál es problema con la movilidad de esta ciudad que parece un
purgatorio interminable? ¿Y por qué pese a saberlo, no hacemos mucho para
liberarnos de su condena?. La respuesta tal vez resida en nuestra manera de prever
los trayectos diarios. Somos ciudadanos lineales, planos y cronometrados,
no pensamos en movernos dentro de un sistema de flujos sino en recorridos de un
punto A a un punto B en un tiempo definido, como quien asiste a un entierro arrancando
en la sala de velación, siguiendo luego a la iglesia y finalizando en el
cementerio. Amamos los cronogramas, los lugares y los viajes unidireccionales, comenzando
en casa a las 8:00 am, reporte en la oficina a las 9:00 am, almuerzo programado
a la 1:00 pm, cita importante a las 5:00 pm y devuelta al hogar a las 8:00 pm;
y aunque tal repertorio se repite durante la semana, siempre resolvemos de
manera facilista la manera de transportarnos. Entonces, el problema radica en
que la inmensa mayoría elegimos la misma mediocre solución, casi a la misma
hora y en similares direcciones, como si todos tuviesen el mismo muerto que
lamentar.
Bogotá está a punto de sufrir de un infarto urbano. En horas pico, los ciudadanos
nos convertimos en sus más peligrosos coágulos y la sangre en sus vías, buses
articulados tan rojos como la ira, se atragantan a si mismos tratando de
evacuar la gente que no sabe tomar decisiones más adecuadas para transitar en
ellas. Las calles se obstruyen con burbujas rodantes henchidas de aire para su
único conductor, mientras los más de 300 kilómetros de ciclorutas en desuso,
sufren de falta de oxígeno por la excesiva emisión de CO2 que producen los
automóviles (auto-estancados); sin
hablar siquiera de las increíbles filas de usuarios encima de los enclenques
puentes peatonales, intentando acceder
al embutido escarlata del que se siente orgulloso la capital, o del incremento en la tendencia suicida de querer comprarse una moto, sin intimidarse con tanto chofer-asesino acechando en las avenidas
… En fin, la lista de malestares sobre la movilidad en Bogotá excede su deficiente
metabolismo, y lo más preocupante es nuestra flagrante espera de una Santa Dra.
Flechas que nos salve de la indigestión, o de un IDU encarnado en el Espíritu Santo
que consuele nuestros corazones, o lo peor, de un Petro-Dios que nos devuelva
la fe en la buena circulación.
Sí. No puedo negarlo. Una capital como ésta necesita de manera inmediata
una solución efectiva en términos de movilidad, y bajo el sombrero de un supuesto
profesional en temas urbanos, reconozco la urgencia de un plan bien ejecutado
como el SIT, o el metro, o por lo menos una revitalización del corredor férreo
de Bogotá; pero más allá de mi opinión proyectista-megalomaniaca, siento muy
en el fondo que gran parte de la solución se encuentra en nuestra falta de
cultura ciudadana. El uso de las bicicletas, no solo es económico, sino
consecuente con la cantidad de cráteres que existen en las autopistas; salir 15
minutos antes, usar con calma, paciencia e inteligencia el sistema de
transporte, es una respuesta para evitar la “blujeaneada” matutina; regalarse
un tiempo después de la oficina para leer, tomar un café y esperar que se descongestionen
un poco las vías, es una manera de terminar más tranquilo el día de trabajo;
compartir el carro con 2 personas que llenen los puestos traseros significa quitarse de encima 16 m2 de trancón; o por lo menos planear mejor los
recorridos, bajo el criterio de elegir el transporte más adecuado durante toda
la jornada (incluyendo por supuesto caminar), son solo algunos ejemplos que
podrían hacer de esta ciudad algo menos insoportable, mientras la santísima trinidad
gubernamental, resulta haciendo el milagrito de la buena movilidad urbana.
Con seguridad seguiré discutiendo estos temas en otros artículos,
posiblemente sumergido en un soliloquio espiritual sin prestar mucha atención a
los comentarios sobre el Know-How de mis escritos (¿Recuerdan el comienzo de este texto cuando quise reivindicar
la diversidad de género (((y que se empute la RAE por usar ese término))) en las palabras? Si ha de ser así, seré un transgender literario hasta el final de
mi escueta vida mientras un Dios sociolecto me lo permita), pero creo que por
ahora es suficiente mi reflexión sobre la mejor forma de actuar para evitarnos
un paro cardiaco capitalino.
No obstante, entiendo las miles de dudas sugerentes a causa de un texto
tan poco sustancioso como éste: ¿Qué hay sobre las marchas que ponen en jaque fácilmente
la red vial? ¿Cómo solventar (sin crueldad pero no sin masoquismo) el bloqueo generado por un atentado
como el ocurrido hace unos días, en pleno espacio público destinado al transporte?
¿Sobre cuál argumento es bueno apoyar o desistir en la idea de un tranvía, un
subte, o tren eléctrico? ¿En realidad se puede mitigar la presión privada de
las empresas de buses frente al monopolio de Transmilenio S.A.? … Muchas
preguntas por resolver y que por razones bastante lógicas, no pretendo
responder mientras exista aún en mi, el completo desinterés de darles a mis
queridos lectores la papilla masticada en envases de compota inteligente,
evitándome con ello, involucionar a la época en donde metíamos los dedos en los
enchufes, usábamos pañales (algunos, con cierto asco, reutilizables) y nos escondíamos en vano al orinarnos sobre la cama.
Fuera de los consejos antes expuestos, dejaré por costumbre el más importante hacia el final. Infórmese antes de cometer el mismo error de subirse a un bus día
tras día maldiciéndose de ser pobre, y por ende, no tener otro mecanismo para irse que aquel suministrado a través de sus propios impuestos, o en últimas, lamentarse de su arribista flagelo al no sentirse "progresando” sin poder comprarse un vehículo nuevo.
Gracias... y por favor use anticonceptivo para sus ideas aún cuando, por gloria celestial, consiga un asiento en el "transmilleno". No me vaya a untar de cualquier frustración extraña por no haber aceptado su inclinación sexo-intelectual.
Gracias... y por favor use anticonceptivo para sus ideas aún cuando, por gloria celestial, consiga un asiento en el "transmilleno". No me vaya a untar de cualquier frustración extraña por no haber aceptado su inclinación sexo-intelectual.
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