23 sept 2011

Acerca de: EL SEXTO SENTIDO FEMENINO

"Una mujer piensa mal y acierta. Punto. Si a eso le damos la trascendencia de un sentido extraordinario, es decir algo redundante"

¡Mujeres! ¿Habrá algo más complejo sobre lo cual discutir? No hay ninguna de ellas que no sea misteriosa, apasionada, sensible y maternal. Unas tienen labios de fuego y otras están bañadas de ocre en la piel, unas quizás sean un mar de leva, y otras tal vez una brisa tranquila al amanecer... ¡Cualquiera!, hasta la más fea, amargada, y frígida, tiene algo, ese algo, "aquello" que la hace única, valiosa e interesante. Pero hoy mi interés no es escribir acerca de las cualidades femeninas; tal vez porque no quiero extenderme, o porque no me gusta  la idea de remedar las millones de tarjetas de Timoteo, las miles de canciones melosas circulando por las emisoras y definitivamente, porque sería poco digno de mi parte, robarle el crédito al cándido enamorado de domingo, con su helado de vainilla a medio escurrir en una mano y en la otra, su amada novia de colorete rojo, besándole a sonrisitas el maxilar; él sí sabe exaltar sus propias virtudes poéticas, mientras yo apenas puedo disimular mis defectos gramaticales. ¡A lugar! Mejor que endiosar la individualidad vamos a comprender la colectividad, y si hay algo colectivo en una mujer, fuera del instinto materno y los 10 pares de zapatos que quisiera tener, es el sexto sentido femenino.

La intuición descendiente de Eva es una cosa medio inventada, pero a su vez medianamente posible. Existe, es cierto, sin embargo depende mucho de la perspectiva con la que se le mire, y a través de ello, averiguar si es un hecho sobrenatural, o una simple relación de accidentalidades previsibles. Por ejemplo, recuerdo una tarde a mi ex gritando desde el sofá donde veíamos televisión "¡Ay hueputa se me quemó el arroz!" y ¡adivinen!... Efectivamente el arroz estaba a punto de quemarse; era cuestión de segundos para que la olla emitiera su primera humarada, cuando ella la sustrajo del fogón. También se me viene a la cabeza la voz de mi madre como copiloto en el carro, insistiéndole a mi padre que manejara precavido "Mi amor, ve despacio porque nos vamos a estrellar" "Mi amor cuidado con el de adelante" "¡Pilas hombre con la moto!" hasta que al fin, después de la doceava advertencia, terminamos chocando contra la jardinera de nuestro garaje. ¿No les parece extraño éste poder de la predestinación?

Más allá del misterio, es preocupante ver cómo aquel potencial casi siempre está orientado a la tragedia, porque cualquier persona puede prever el éxito o fracaso de los hechos humanos, sin embargo, vaticinar en negativo, tiende a ser sexista en el caso femenino, y posesivo en el masculino. Un hombre es capaz de pensar algo malo de su pareja y seguramente estaría adivinando, pero en el caso de una mujer,  la adivinanza se convierte en un acierto con sabor a desgracia. Pongamos un caso típico colombiano: Un tipo está con su mejor amigo en un bar, sospechando de su novia por una posible infidelidad, mientras ella, se encuentra festejando con sus amigas en otro lugar; entonces la voz sabia de la amistad que busca equilibrar el universo dice "Si tanta es su maricada, pues llámela y le caemos a ver si está viéndole la cara de guevón". Efectivamente el hombre accede y luego de un inquisidor cuestionario que incluye hasta el nombre del mesero, decide ir a sorprenderla en su mentira; pero al llegar, descubre muy a su pesar que aquel SÍ era el lugar, que SÍ estaba con sus amigas, que es más, anda en guarnición permanente entre dos de las menos interesantes de la fiesta, quienes la protegen de cualquier predador, y que, aunque SÍ se ha tomado un par de copas, está muy lejos de la traicionera ebriedad. En cambio, cuando la sospecha tiene tintes masculinos, la amiga de la novia intercede "Pues si quiere yo la acompaño pero él fijo está con ese par de amigos que no levantan nada" pero ella, con su sexto sentido alerta (¡que a veces odio tanto!), decide llamarlo y ubicarlo. Sin tantas preguntas como él haría, y resultando con más explicaciones de las que ella le está pidiendo, averigua con delicadeza el nombre del sitio donde se encuentra. Cuando llega descubre, muy a su pesar, que SÍ estaba con sus "compinches", pero sumados a tres mujeres que no se parecen en nada a un pañito de lágrimas; casualmente SÍ está entre dos amigos, pero en vez de proteger su dignidad, le están señalando la presa más fácil de la rumba; y cuando ella decide afrontarlo, segundos antes él se pone en pie, y más borracho que obrero en quincena, va directo hacia la chica seleccionada, amancillándola como un hombre soltero y refregándose como un perrito faldero.

Definitivamente me da miedo el sexto sentido femenino; su precisión me aturde con facilidad, como el PIB de Zambia y los restaurantes de un salario mínimo el plato; pero también hay que ser realistas, aquella intuición no es precisamente la de una pitonisa, más bien responde a la idea pesimista de "piensa mal y acertarás", porque así resulta cuando la predisposición al desastre usa lápiz labial y puede amamantar niños. No es que una mujer sea capaz de adelantársele al futuro, es realmente ella quien lo constituye cuando invierte grandes cantidades de energía, que bien podría usar para andar con mucho más cuidado en las calles, evitándose atracos, robos, perdidas de celulares y estrellones automovilísticos, y decide usarlas para atraer la mala suerte.

Una mujer piensa mal y acierta. Punto. Si a eso le damos la trascendencia de un sentido extraordinario, es decir algo redundante, como hablar de un ciego que no ve, un árbitro que se hace el que no ve y un político que no ve sino lo que le conviene. ¿Ahora cómo hacer para mitigar la mala racha femenina cuando algo se le implanta en la cabeza? ¡Sencillo! Haga lo que yo meditaba en el sofá, lo que mi padre hizo en el carro y lo que pensó el novio cuando lo pillaron con las manos en la masa (amasando a su amansadita); respire profundamente, sin perder la calma asuma un tono de reclamo como si ud tuviese la razón, así esté muy lejos de tenerla, y dígale con valentía aunque el temor de una profecía le haga temblar las piernas: "¿Si ves mujer? Todo esto es por culpa tuya ¡Carajo!" y ¡Huya!...   trate de salir de ahí en el menor tiempo posible, por su propia integridad física y mental, porque como dice otra máxima de Murphy y sus secuaces “Todo lo que empieza mal, acaba peor.”; y créame, empeorará.

Acerca de: SER ARQUITECTO EN UNA OBRA INFINITA

"Porque esta ciudad con su soñadora naturaleza de Wanna be New York, tiende a condenarse a sí misma permaneciendo en una obra inconclusa" 

Cuando la ciudad regurgita concreto por todos lados, no se puede evitar pensar en nuestra mala digestión ciudadana. Hombrecitos anaranjados con cascos oprimiendo sus cerebros, andan por ahí estructurando puentes, reparando tuberías, taponando calles y alimentando a Bogotá de una materia gris muy lejana de pensar por sí misma (hecha muchas veces sin pensar en absoluto). Como habitante urbano sé muy bien que la ciudad es una infinita prisión de ideas, encarceladas en su propio anonimato, pero hablando como arquitecto, este pensamiento pasa de la tribuna a la tarima con rapidez, y cuando menos lo espero, sin siquiera reflexionar sobre el título de ésta parodia metropolitana, me siento tan culpable como indiferente de palabra, obra y omisión.

No soy un edificador, y exceptuando por un trozo de ladrillo arrojado alguna vez por la educación pública (que tiraría de igual forma por hallar un baño público decente en la calle, o una institución pública NO untada de cualquier cochinada), no soy muy bueno ni complaciente con los materiales de construcción. Tampoco me interesa levantar de un andén algo diferente a la polvorienta miseria infantil; pero SI me agrada el buen diseño, la tectónica precisa y la comprensión de un entorno capaz de mediar las relaciones humanas. Sin embargo, al sufrir de Bogotá en su diario lamento, me cuesta encontrar la primera, la segunda y mucho más la tercera.

Esta capital no deja de estar en fase constructiva. Desde que nací por cada manzana terminada hay al menos otra intervenida, sellada con cintas amarillas intimidantes, y retroexcavadoras a veces tan lentas, como los obreros y los directores de planeación que las controlan; lo cual fuera de ser una desfachatez presupuestal, se convierte en una mirada muy profunda hacia nuestra idiosincrasia. Somos perezosamente efectivos, vivimos en un ritmo aceleradamente inútil, desarrollamos eficientemente nuestro hábitat con bastante mediocridad, y como si fuera poco, por cada urbanista reflexivo, hay al menos cien inconscientes constructores comiendo de la misma torta inmobiliaria.

Mire a su alrededor si no me cree. En vez de un diseño funcional, ético y respetuoso con el medio ambiente, tenemos parches de cemento con cinco árboles llamados "espacio público"; cuatro paredes de 30 m/2 con cama/baño/sala/comedor/cocina/y nido integral, a lo que llamamos vivienda de interés "social". Tres alcaldes seguidos con serios cuestionamientos sobre la inversión del heraldo público. Dos muy mal llamadas autopistas que con el menor coágulo vehicular, generan un infarto masivo al obstaculizar todo el sistema de circulación. Y un solo POT que parece nadar a ciegas sobre un peligrosísimo océano legal, donde un Plan Parcial hace las veces de carta astral para decidir en la oscuridad y que, dependiendo de la marea política y empresarial, puede hundir los barcos más pobres de las localidades más vulnerables.

Con tanta criticadera constructiva de éste escritor aletargado, cabría preguntarse sí queda algo por hacer para nuestra ciudad de rotos (y) corazones. ¡Claro que sí! Hay que edificar una capital con igualdad de derechos, ¡Que los perros puedan subirse al transmilenio, pero pagando lo mismo que un estudiante! Que si se rehacen miles de losas por razones técnicas;  por razones HUMANAS también se hagan acueductos en los barrios marginales, evitando así inundaciones cuando ni pavimento tienen. En fin, situarme en una posición tan social está demás si leo al comediante Burns diciendo "(...) toda la gente que sabe cómo dirigir al país, está demasiado ocupada manejando taxi y cortando el pelo" o en mi caso, demasiado entretenido con mi megalomanía anónima para hacer algo útil por Bogotá; sin embargo, me resulta tremendamente fundamental dejar éste sarcasmo con maquillaje de manifiesto, porque el embrollo en el que siento a la capital excede los límites de la cordura.

Yo no sé usted, pero a mí me saca de quicio cruzar una vez a la semana por un campamento de obra, y llegar a mi calle todos los días para ver el mismo agujero de siempre, mientras éste sigue creciendo como si fuera un trinchera urbana contra el masivo ejército de neumáticos que lo transitan.  Si esto no le convence, piense… ¿Cómo es posible un parque Tercer Milenio cuando ignoramos la situación de sus habitantes del milenio anterior?, Construimos sin siquiera prever que terminarían asentándose a dos cuadras de distancia, repitiendo con ironía las precarias condiciones de habitabilidad del siglo pasado... Si con un parque del Tercer milenio trasladamos una problemática un par de manzanas, ¿cuántos siglos gastaremos para resolverla?  De este tipo de ejemplos, donde el sentido común se difumina en una locura colectiva, existen muchos otros: Una calle 26 habilitada mágicamente por el mundial, y cerrada de nuevo para que de concesión a concesión, se sigan lanzando la pelota de la responsabilidad hasta descalificarse. Una adecuación vial en el barrio Las Cruces que parece un completo Calvario. Los TRECE (¡13!) (¡¡¡XIII!!!) años que lleva la longitudinal de Occidente, atravesada (o atascada) en quién sabe cuál escritorio gubernamental; en fin, casos urbanos de sorprendente ineptitud, de temerosa incoherencia entre los recaudos por valorización conseguidos, y de un presente lleno de incertidumbres sobre el valor social del distrito, hay por todos lados. Definitivamente algo malo sucede con la “Atenas” suramericana, cada uno lo sabe sin siquiera leerlo; pero ahora en campañas electorales, aún seguimos viviendo de los discursos fovistas que, como dijo mi padre, “Uno los escucha y se come el cuento de navegar en canoas sobre el río Bogotá, disfrutando de unos paisajes del putas, cuando no vemos más que un caño contaminado todos los días"

Al parecer edificamos nuestro territorio de forma impetuosa, tratando de ignorar (o potencializar) la extraña cualidad cachaca de considerarnos una capital competitiva; pero nuestro sentir es tan irreal como descarado, porque esta ciudad con su soñadora naturaleza de wanna be New York, tiende a condenarse a sí misma permaneciendo en una obra inconclusa. No disfrutamos de los cerros que ya tenemos, ni del centro histórico que aún sobrevive; seguimos obnubilados en una renovación urbana sin siquiera reconocer nuestra ya bien cuestionada identidad histórica. Con todo esto no entiendo el por qué ignorar con sueños de concreto nuestra situación, cuando al hacerlo también estamos construyendo una histeria colectiva ciudadana, profundamente cimentada en un día a día que con solo caminar, se convierte en una pesadilla infinita…

En serio… ¿está debería ser nuestra visión de progreso?