23 sept 2011

Acerca de: SER ARQUITECTO EN UNA OBRA INFINITA

"Porque esta ciudad con su soñadora naturaleza de Wanna be New York, tiende a condenarse a sí misma permaneciendo en una obra inconclusa" 

Cuando la ciudad regurgita concreto por todos lados, no se puede evitar pensar en nuestra mala digestión ciudadana. Hombrecitos anaranjados con cascos oprimiendo sus cerebros, andan por ahí estructurando puentes, reparando tuberías, taponando calles y alimentando a Bogotá de una materia gris muy lejana de pensar por sí misma (hecha muchas veces sin pensar en absoluto). Como habitante urbano sé muy bien que la ciudad es una infinita prisión de ideas, encarceladas en su propio anonimato, pero hablando como arquitecto, este pensamiento pasa de la tribuna a la tarima con rapidez, y cuando menos lo espero, sin siquiera reflexionar sobre el título de ésta parodia metropolitana, me siento tan culpable como indiferente de palabra, obra y omisión.

No soy un edificador, y exceptuando por un trozo de ladrillo arrojado alguna vez por la educación pública (que tiraría de igual forma por hallar un baño público decente en la calle, o una institución pública NO untada de cualquier cochinada), no soy muy bueno ni complaciente con los materiales de construcción. Tampoco me interesa levantar de un andén algo diferente a la polvorienta miseria infantil; pero SI me agrada el buen diseño, la tectónica precisa y la comprensión de un entorno capaz de mediar las relaciones humanas. Sin embargo, al sufrir de Bogotá en su diario lamento, me cuesta encontrar la primera, la segunda y mucho más la tercera.

Esta capital no deja de estar en fase constructiva. Desde que nací por cada manzana terminada hay al menos otra intervenida, sellada con cintas amarillas intimidantes, y retroexcavadoras a veces tan lentas, como los obreros y los directores de planeación que las controlan; lo cual fuera de ser una desfachatez presupuestal, se convierte en una mirada muy profunda hacia nuestra idiosincrasia. Somos perezosamente efectivos, vivimos en un ritmo aceleradamente inútil, desarrollamos eficientemente nuestro hábitat con bastante mediocridad, y como si fuera poco, por cada urbanista reflexivo, hay al menos cien inconscientes constructores comiendo de la misma torta inmobiliaria.

Mire a su alrededor si no me cree. En vez de un diseño funcional, ético y respetuoso con el medio ambiente, tenemos parches de cemento con cinco árboles llamados "espacio público"; cuatro paredes de 30 m/2 con cama/baño/sala/comedor/cocina/y nido integral, a lo que llamamos vivienda de interés "social". Tres alcaldes seguidos con serios cuestionamientos sobre la inversión del heraldo público. Dos muy mal llamadas autopistas que con el menor coágulo vehicular, generan un infarto masivo al obstaculizar todo el sistema de circulación. Y un solo POT que parece nadar a ciegas sobre un peligrosísimo océano legal, donde un Plan Parcial hace las veces de carta astral para decidir en la oscuridad y que, dependiendo de la marea política y empresarial, puede hundir los barcos más pobres de las localidades más vulnerables.

Con tanta criticadera constructiva de éste escritor aletargado, cabría preguntarse sí queda algo por hacer para nuestra ciudad de rotos (y) corazones. ¡Claro que sí! Hay que edificar una capital con igualdad de derechos, ¡Que los perros puedan subirse al transmilenio, pero pagando lo mismo que un estudiante! Que si se rehacen miles de losas por razones técnicas;  por razones HUMANAS también se hagan acueductos en los barrios marginales, evitando así inundaciones cuando ni pavimento tienen. En fin, situarme en una posición tan social está demás si leo al comediante Burns diciendo "(...) toda la gente que sabe cómo dirigir al país, está demasiado ocupada manejando taxi y cortando el pelo" o en mi caso, demasiado entretenido con mi megalomanía anónima para hacer algo útil por Bogotá; sin embargo, me resulta tremendamente fundamental dejar éste sarcasmo con maquillaje de manifiesto, porque el embrollo en el que siento a la capital excede los límites de la cordura.

Yo no sé usted, pero a mí me saca de quicio cruzar una vez a la semana por un campamento de obra, y llegar a mi calle todos los días para ver el mismo agujero de siempre, mientras éste sigue creciendo como si fuera un trinchera urbana contra el masivo ejército de neumáticos que lo transitan.  Si esto no le convence, piense… ¿Cómo es posible un parque Tercer Milenio cuando ignoramos la situación de sus habitantes del milenio anterior?, Construimos sin siquiera prever que terminarían asentándose a dos cuadras de distancia, repitiendo con ironía las precarias condiciones de habitabilidad del siglo pasado... Si con un parque del Tercer milenio trasladamos una problemática un par de manzanas, ¿cuántos siglos gastaremos para resolverla?  De este tipo de ejemplos, donde el sentido común se difumina en una locura colectiva, existen muchos otros: Una calle 26 habilitada mágicamente por el mundial, y cerrada de nuevo para que de concesión a concesión, se sigan lanzando la pelota de la responsabilidad hasta descalificarse. Una adecuación vial en el barrio Las Cruces que parece un completo Calvario. Los TRECE (¡13!) (¡¡¡XIII!!!) años que lleva la longitudinal de Occidente, atravesada (o atascada) en quién sabe cuál escritorio gubernamental; en fin, casos urbanos de sorprendente ineptitud, de temerosa incoherencia entre los recaudos por valorización conseguidos, y de un presente lleno de incertidumbres sobre el valor social del distrito, hay por todos lados. Definitivamente algo malo sucede con la “Atenas” suramericana, cada uno lo sabe sin siquiera leerlo; pero ahora en campañas electorales, aún seguimos viviendo de los discursos fovistas que, como dijo mi padre, “Uno los escucha y se come el cuento de navegar en canoas sobre el río Bogotá, disfrutando de unos paisajes del putas, cuando no vemos más que un caño contaminado todos los días"

Al parecer edificamos nuestro territorio de forma impetuosa, tratando de ignorar (o potencializar) la extraña cualidad cachaca de considerarnos una capital competitiva; pero nuestro sentir es tan irreal como descarado, porque esta ciudad con su soñadora naturaleza de wanna be New York, tiende a condenarse a sí misma permaneciendo en una obra inconclusa. No disfrutamos de los cerros que ya tenemos, ni del centro histórico que aún sobrevive; seguimos obnubilados en una renovación urbana sin siquiera reconocer nuestra ya bien cuestionada identidad histórica. Con todo esto no entiendo el por qué ignorar con sueños de concreto nuestra situación, cuando al hacerlo también estamos construyendo una histeria colectiva ciudadana, profundamente cimentada en un día a día que con solo caminar, se convierte en una pesadilla infinita…

En serio… ¿está debería ser nuestra visión de progreso?

No hay comentarios:

Publicar un comentario